Victoria Villarruel aprovechó la ausencia de Javier Milei, que continúa con su gira por Estados Unidos, para mostrarse con agenda propia. Visitó el Campus de Pilar de la Universidad del Salvador (USAL), donde dio una charla a estudiantes de distintas carreras y compartió su experiencia en la política. Además, recorrió la facultad de Veterinaria, el departamento de Robótica y cerró la jornada con un encuentro protocolar con las autoridades. Una actividad pensada para reforzar su perfil institucional y acercarse al mundo académico, con un gesto claro hacia los jóvenes.
Pero más allá de la recorrida, la escena volvió a traer a la memoria un fenómeno instalado en la política argentina: la moda de las fotos con perros. Mauricio Macri lo usó con Balcarce, un perro rescatado de un refugio en Castelar que llegó a posar en el sillón de Rivadavia. Alberto Fernández tuvo a Dylan, el collie que protagonizó fotos, posteos y hasta un Instagram propio, donde en el último tiempo también aparece Lennon, otro perro que adoptó. Y Javier Milei también le armó su propia cuenta -después de fallecido- a Conan, su mastín inglés, al que mandó clonar en Estados Unidos y del que hoy tiene varias réplicas. Incluso apareció en Neura, en el programa “El troncal de las mascotas”, junto a su hermana Karina y uno de los clones, donde anunciaron una donación a refugios de animales.
Lo que queda claro es que las mascotas dejaron de ser un accesorio privado para convertirse en una herramienta de comunicación política. No fue casual que Macri, Fernández y Milei recurrieran a ellas: en la era de las redes sociales, una foto con un perro transmite más cercanía que un acto en cadena nacional. El “perro presidencial” se transformó en un símbolo de época, capaz de suavizar la imagen de un líder, humanizarlo y generar empatía en segundos.
En el caso de Villarruel, la diferencia no es menor. Su figura suele estar asociada a un perfil más severo, vinculado a los militares y a posiciones duras en materia de seguridad y memoria. Por eso, una foto con un perro podría funcionar como un recurso de contraste: mostrar un costado más cercano y humano frente a una imagen pública marcada por la rigidez.