Triste, solitario y final: Chandler a la manera de Soriano

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por Santiago Sanginesi

La novela inicial de Osvaldo Soriano es mucho más que un homenaje a la novela negra.

El autor se toma el atrevimiento de introducirse en el Hollywood de los años 60 para narrar una hilarante y jocosa historia, donde conjuga con fineza la crudeza del policial negro y el hálito porteño que emana su narrador, quién conduce la historia cómo un personaje más.

La historia comienza con Stan Laurel, el actor cómico de la famosa serie El Gordo y el Flaco, que acude al detective Philip Marlowe -el protagonista de las novelas de Chandler- para que lo ayude a resolver el enigma que le permita irse tranquilo a la tumba: ¿Por qué ya nadie quiere contratarlo para trabajar?

Dicha incógnita es puesta en stand bye debido a los intercambios entre ambos personajes, que se tratan de forma hostil, pero que se tienen el respeto necesario como para no cruzar la línea.

El primer giro se da ni bien empezada esta historia, cuando Laurel muere y deja a Marlowe en la encrucijada de continuar o no con la investigación. Es en este momento cuando entra en escena el personaje de Soriano, un periodista argentino de 30 años que se encuentra contemplando la tumba de Laurel.

El joven ha llegado a Los Ángeles con la intención de hacer un reportaje sobre El Gordo y el Flaco. Ambos hombres deciden aliarse y formar un camino que los lleve a la verdad que Laurel quería encontrar, pero también tratarán de encontrarse con una parte de sí mismos.

El final de la novela consolida esta idea, con un diálogo entre ambos personajes: —¿No tenía otra cosa que hacer? Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí. —¿Lo averiguó? —No, pero me gustaría saberlo. Los diálogos están bien trabajados porque no solo marcan el pulso narrativo, sino que además caracterizan a los personajes y nos dan indicios de su personalidad y forma de desenvolverse en el caso: Marlowe es un detective venido a menos, entrado en edad, que está en el ocaso de su carrera.

Orgulloso y obstinado, es un contraste con la personalidad de Soriano, un joven al que jamás se le cruzó por la cabeza adentrarse en las absurdas desventuras en las que estarán involucrados.

La investigación está llena de situaciones cómicas e inverosímiles. El desarrollo de la acción es rápido, movido y frecuentemente violento.

El contacto con las fuentes roza lo obsesivo cuando el dúo protagónico llega al punto de colarse en el despacho de Dick Van Dike o en el camerino de Charlie Chaplin.

El progreso de la investigación no es del todo lineal y muchas veces ambos terminan saliendo mal parados de los encuentros, teniendo que replantearse todo el plan. La estructura de los acontecimientos sigue al pie de la letra los ¿principios? de la novela negra: es más un análisis de la sociedad y de los personajes que una suma de enigmas.

Después de todo, y dándole otra victoria a Soriano, ¿importa realmente la resolución? O mejor, ¿no es ese enigma la puerta de entrada a una visión del mundo que con su desvelamiento nos indica otra verdad, más solapada y fugaz?

La prosa de Soriano es tan ágil y natural que no nos cuesta sumergirnos en el hiperbólico mundo que entreteje el autor. El uso de Flashbacks está también muy bien pulido, son cortos y concisos en su mayoría, y sobre todo, necesarios.

Si bien es un libro que uno puede apreciar mejor (por no decir en su totalidad) teniendo conocimiento sobre las historias del Gordo y el Flaco, así como también conociendo a profundidad la novela negra, es una historia que se sostiene por sí misma más allá del intertexto, y siendo esto lo más importante en todo homenaje, captar la esencia del original siendo algo más, brillar con vida propia.

El motivo del autor para embarcarse a semejante obra se deja ver sin muchos rodeos. Es de público conocimiento su admiración por la aclamada pareja cómica, que se lee en uno de los diálogos del final:

“Dígame Soriano: ¿por qué se le dio por meterse con el gordo y el flaco?”. A lo que Soriano responde sencillamente: “Los quiero mucho”. El título de la obra es tomado, claro está, de la novela El largo adiós, de Raymond Chandler.

“Hasta la vista amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final”.

Breve, precisa, divertida y memorable, la novela de Soriano se apropia del registro opaco de la novela negra y la envuelve con el aura de su narrador, porteño, melancólico y decadente de otra manera, logrando un sello irreverente y fuertemente marcado por el cariño por Chandler, pero más que nada por el dúo cómico: en su aventura, Soriano y Marlowe son también El gordo y El flaco, dándose el gusto de rodar una escena más.

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