El 7 de abril, cuando Andrés Merlos dio el pitazo final al partido entre Tigre y Newell’s en Victoria, fue difícil no correr a mirar la tabla de posiciones para confirmar que matemáticamente, pese a su pésimo comienzo de año, el equipo del Parque volvía a tener posibilidades de pelear por la clasificación a los playoffs del torneo Apertura.
Newell’s había ganado 2 a 0 bajo un diluvio ante un equipo que venía puntero en la zona y encadenaba así su segundo triunfo resonante: apenas ocho días antes, había vencido a Boca por 2 a 0 en el Coloso con muy buenos argumentos.
Era fácil imaginar que los futbolistas y el cuerpo técnico rojinegros entraron en el mismo estado mezcla de felicidad y ansiedad que los hinchas del equipo. Todos venían muy golpeados, aunque la crisis había comenzado a cambiar con la llegada al banco de suplentes de Cristian Fabbiani.
Había mucha ilusión para el choque con Argentinos, otra vez en el Coloso, porque una victoria en ese partido colocaría seriamente a Newell’s en la carrera por una plaza en los octavos de final del torneo. El empate bajó un poco las endorfinas, pero desde los números la ilusión seguía siendo la misma.
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Contra Unión había que ganar
El choque contra Unión sería entonces un punto de inflexión: con los tres puntos Newell’s seguiría en carrera, aun con menos chances, y cualquiera de las otras dos cosechas posibles (un punto, o ninguno) lo dejarían prácticamente afuera.
El empate en Santa Fe fue doloroso para el mundo rojinegro, no solo por el resultado sino por la producción del equipo. «Estamos tristes por no habernos llevado tres puntos», dijo el arquero Keylor Navas, la gigantesca figura del equipo, con las pulsaciones todavía a mil, pero con una percepción clara de que la igualdad ante Unión probablemente haya enterrado las últimas posibilidades de clasificación.
Es que, en Santa Fe, las débiles aspiraciones de Newell’s prácticamente se hicieron añicos, no solo por el resultado sino también por lo que ofreció el equipo: poco, demasiado poco.
Mejoró, pero no tanto
Newell’s ya no es el equipo endeble y deforme que sufría los partidos durante la gestión de Mariano Soso. Fabbiani recuperó a algunos jugadores hasta donde es posible recuperarlos, porque si hay algo notorio es que al plantel no le sobra talento, los paró un poco mejor en la cancha, les agregó una inyección de intensidad y consiguió lo impensable: con poco, casi con nada, el equipo mejoró su rendimiento, es perceptiblemente menos vulnerable y algunos resultados lo acompañaron.
Ya no pierde tan seguido como antes, de hecho lleva ocho partidos sin caer tras el primero de este ciclo ante Barracas Central. Pero es una obviedad decir que con eso no alcanza para ir por objetivos deseables.
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En el fútbol es difícil obtener grandes cosas con pocos recursos. A veces ocurre, pero no es lo habitual. Se puede jugar con una intensidad insoportable para el rival durante 90 minutos y someter, por ejemplo, a Boca. Y hasta se puede repetir esa actitud en un partido atípico por las condiciones que impone un diluvio, como sucedió en Victoria. Pero a la larga eso es insuficiente para hacer grandes campañas o pelear objetivos concretos.
Lo que le falta
A Newell’s le falta mucho para ser un equipo competitivo. Sobre todo le faltan jugadores, buenos jugadores: talento, osadía, coraje, campito. La riqueza de un plantel marca la altura de los objetivos y es claro que al equipo de Fabbiani le alcanza apenas para pelear con uñas y dientes por el octavo lugar en una tabla de 16 equipos. Una pena, tratándose de un club con una historia de títulos, jugadores y técnicos de jerarquía mundial y una hinchada que merece sufrir menos y disfrutar más.