Muchas son las exploraciones sobre el avance de los aparatos estatales en la vida y haciendas de la gente y las conclusiones más avezadas siempre remiten a la educación cuando se sustituye por adoctrinamiento. Debemos percatarnos de que el conocimiento requiere de mucho oxígeno y debate en un contexto competitivo que permita independencia de criterio. Sin embargo, allí donde hay controles e imposiciones curriculares desde el vértice del poder las instituciones privadas son privadas de toda independencia.
Una de las exploraciones más fecundas se encuentra en uno de los libros de Carlos Escudé, titulado El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología, editado por el Instituto Di Tella en 1990. En esta obra el autor explica, con valiosa documentación, buena parte de las causas de los problemas que hemos arrastrado durante mucho tiempo en nuestro país. Escudé era doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Yale, profesor en la Universidad Católica Argentina y profesor visitante en Johns Hopkins University y en St. Anthony’s College de la Universidad de Oxford, y fue becario de Fulbright.
El libro en cuestión desentraña las razones que a través del tiempo fueron desembocando en nuestro estatismo y xenofobia vernáculos, paridos en el seno del nacionalismo. Como ha explicado Milton Friedman, los sucesos no irrumpen de golpe: lo que surge en la superficie debe ser contrastado con lo que viene ocurriendo en las corrientes subterráneas. Esto fue el caso argentino. Mientras el progreso moral y material era extraordinario desde la Constitución liberal de 1853/60 se fueron gestando las ideas que luego provocaron tanto sufrimiento, en especial desde el golpe fascista del 30, en el que surgió a la superficie la primera tanda de nacionalismo acentuada grandemente a partir del golpe militar del 43, que incrustó el estatismo hasta nuestros días, en los que se apunta a revertir tanta malaria. Esta decadencia ocurrió por la desidia de tantos que dieron por sentado el progreso que vivían. Como escribió Tocqueville, esa conducta resulta siempre fatal.
Escudé abre el libro afirmando en la introducción que en el liberalismo “la única razón de ser del Estado es la defensa del individuo […] Desde este punto de vista, el individuo es supremo […] En contraste, por nacionalismo entenderemos una filosofía de valores políticos que presupone que la ‘Nación’ es un ‘Ser’ superior […] El individuo vive para servir a su ‘Patria’: así, y no al revés, se define la relación esencial entre el individuo y el Estado-nación”. Recordemos que Juan Bautista Alberdi había dicho en La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual que “el entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de libertad”, lo cual en nada niega el amor al terruño, sino que el patrioterismo nacionalista lo convierte en su contracara y desfigura el afecto y recuerdos que naturalmente se cultivan respecto de los lugares de crianza. También tengamos presente que Alberdi en Sistema económico y rentístico escribió que dejamos de ser colonos de España para serlo de nuestros propios gobiernos vía los atropellos fiscales.
En nuestro país se desnaturalizaron los valores tradicionales de educación para finalmente adoptar un cerrado adoctrinamiento peronista, que apunta a la estatización en todos los órdenes. Recién con el gobierno actual se está intentando modificar esa situación, que apunta a abrir la competencia al efecto de lograr niveles de excelencia, ya que el proceso educativo es de prueba y error en un contexto evolutivo. Como es sabido, el conocimiento no es un puerto, sino una permanente navegación. Un procedimiento recomendable en un período de transición consistiría en entregar vouchers o créditos educativos para que los candidatos elijan de todas las ofertas educativas las que se ajusten mejor a sus intereses. Desde luego que en política las restricciones no permiten adoptar todo lo que aconseja la academia.
Apunta Escudé que las primeras manifestaciones visibles de nacionalismo se “expresaron desde 1908 basadas en el paradigma del espíritu autoritario, militarista, dogmático y chauvinista que dominó a nuestra educación”. Escudé nos dice que la ley Láinez de 1905 invistió al Consejo Nacional de Educación con la facultad de imponer en las escuelas estatales y privadas programas educativos para “adoctrinar y uniformar mentalidades”, y además distribuía gratuitamente entre todos los maestros la publicación El Monitor de la Educación Común, donde se cita al totalitario Bismarck, “que llama a los maestros mis nobles compañeros de armas”. Ejemplifica Escudé con el caso de Carlos Octavio Bunge, “uno de los grandes ideólogos de la educación que siempre había propiciado el modelo alemán para la creación de una intensa conciencia nacionalista”, en cuyo contexto cita su obra plagada de recetas autoritarias El espíritu de la educación: informe para la instrucción pública nacional, que imprimió una extendida influencia en el antedicho Consejo. Y en su ensayo titulado La educación patriótica ante la sociología, publicado en El Monitor de la Educación Común el 31 de agosto de 1908, se consigna que “el individualismo anárquico es un peligro en todas las sociedades modernas”.
También en ese medio oficial del Consejo, el 31 de mayo de 1908 se reprueba “el carácter cosmopolita de nuestra población y de nuestras escasas condiciones para fundir en un molde nacional al extranjero que incesantemente nos invade”. Por su parte, José María Ramos Mejía, en su informe de 1909 -1910 del Consejo, elaboraba sobre la necesaria “ingeniería cultural” al tiempo de señalar la importancia de “convertir a la escuela en el más firme e indestructible sostén del ideal nacionalista”.
Ricardo Rojas, el 28 de febrero de 1911 ,en un artículo que lleva el título de “La escuela argentina”, sostiene que “la Patria es una forma visible de divinidad”. Lo mismo propugnaba Manuel Carlés. En este clima no estaba ausente el criminal antisemitismo, tal como lo revela Escudé a través de los macabros escritos de Bernardo L. Peyret, Manuel Gálvez y Eduardo Bavio.
Explica el autor del libro que comentamos que hubo algunas pocas reacciones, por ejemplo en el trabajo solitario del gran Enrique de Gandía, que también en la revista oficial del Consejo en julio de 1932, bajo el título de “La enseñanza elemental de la historia argentina”, escribe que “se ennoblece al holgazán, pendenciero y amigo de lo ajeno que solo debe su glorificación a una moda literaria […] la desinformación, la mala educación, el adoctrinamiento de dogmas disparatados y estupidizantes, puede ser peor que la ausencia de educación”.
El patrioterismo nacionalista no es más que un burdo disfraz para ocultar las ansias de poder de estatistas que nos han gobernado por décadas y que dejaron como herencia un incendio colosal. Las reflexiones y los testimonios de Escudé en el libro que hemos brevemente comentado sin duda ayudarán a despejar telarañas mentales, lo cual ayudará a revertir el estatismo que afortunadamente ha anunciado como meta el actual gobierno, que desregula, exhibe curros purulentos, ofrece seguridad en las calles, reduce el gasto estatal y la inflación. Hay que perseverar, corregir y echar por tierra con el estatismo en todos los frentes. Como dice el Presidente, hay mucho por hacer.ß