Naufragio (adolescencia), la versión en castellano del suceso televisivo del momento

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Por Edgardo Juárez 

«Adolescencia», como toda traducción nos deja algunos baches, interrogantes, huecos narrativos. Pensé que mas allá del alarde técnico, era un naufragio. Pensé que desaparecían personajes, que la descalificación final del padre por el grupo de «haters», lo ponía al personaje en la picota de la hipocresía, que llevar flores al lugar del homicidio lo mostraba como lo que pretendían que era. Demasiado cine, demasiada literatura de intriga, en la vida de cada uno, de cada espectador y yo no estaba ajeno a esa métrica.

Pero había no uno sino varios, muchos, múltiples naufragios.

La sociedad naufraga. Los británicos tienen aceitado el sistema policial hasta la exasperación. Métodos, armas, edificios, recursos. La contracara es una escuela tal vez pública, de chicos uniformados de clase media laburante del primer mundo. Un colador cultural de malla gruesa, , muy gruesa donde todo pasa, nada queda en el filtro. Todo pasa, y pasa de todo. No se filtra nada. La educación desmantelada, como en el tercer mundo. La generación intermedia naufraga en el esfuerzo vano de subsistencia de un plan de vida para los hijos. Pero la realidad los ha superado hace mucho, como a los viejos de mi generación. Puré de lo que fuimos, arrasados por la tecnología y la sicología de masas fascista. Como si el fascismo hubiera ganado la guerra. Y la ganó. No el fascismo de uniforme, emblemas y correajes de cuero. El otro fascismo la ganó, el que provocó la guerra. El que se impuso al fascismo provocador y tecnificado pero indolente, teatral, cirquero y criminal. Inaceptable.

Además… no hay adultos mayores en «Adolescencia».

O ya no están, o ya no cuentan, o prefieren el aislamiento a tener que enfrentar lo que no entienden. Lo que no entendemos. Si tenemos que convivir con tokens, fotografías digitales, claves de diez caracteres distintos en cada trámite.

¿Cómo interpretar un segundo significado de un emoji, de una runa moderna, de un código asignado por cada nueva tribu. Son miles de tribus, y se conectan, interactúan, se comunican . A su manera se comunican.

¿Quién es mi hijo? ¿Quién es mi nieto? Como son? ¿Qué quieren?¿ que obtienen de esa nueva gregariedad?¿Cayeron las barreras y no escuchamos el estruendo?

¿Hay otra moral y no nos alcanza porque directamente no nos tiene en cuenta? ¿Y qué con los de edad intermedia?¿Con los gestadores de esta nueva adolescencia?

Nada. Absolutamente nada. La nada misma.

Correr por una falsa pandemia es como morir en una torre demolida, o ser víctima de un magnicidio ejecutado por un lobo ¿solitario?

Adiós viejas y antiguas creencias. Bienvenidas las nuevas. Las que no sabemos adónde es que nos llevan. La de los nuevos gurúes. Las de los fantasmales abismos del nuevo poder. Poder que juguetea nervioso y obsceno con los botones rojos. La historia terminó. Tuvo un fin. Un fin de final, no un fin de objetivo de plan. Fukuyama vive la gloria. Barthes muere atropellado, como el protagonista de «Z».

Autismo programado, psicopatía narcisista… y siguen los títulos, los nuevos componentes de un nuevo único, gigantesco y abarcativo Naufragio.

Un naufragio compuesto por millones de naufragios individuales. Con desesperación, cada uno agarrado a lo poco que flote a nuestro alrededor. Desde el llanto hasta el oído o el hombro de un amigo.

El naufragio puntillosamente contado por los geniales creadores de «Adolescencia».

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