El silencio de Hollywood sobre Trump en la 97ª edición de los premios Oscar contrasta con la postura activista que la industria del cine mostró en campañas recientes. En años anteriores, las ceremonias de premiación sirvieron como plataforma para denuncias políticas, con discursos contra la administración republicana y apoyos abiertos a figuras demócratas como Kamala Harris. Sin embargo, tras el fracaso electoral del progresismo en 2024, la gala de este año optó por la discreción.
A lo largo de una de las ediciones más extensas en la historia de los Oscar, ni una sola mención directa a Donald Trump fue pronunciada. Este cambio de tono es significativo si se compara con otras ediciones donde las críticas al entonces presidente republicano fueron constantes. Ni siquiera la tensión internacional por la guerra en Gaza y la situación en Ucrania lograron robar protagonismo en la gala, que prefirió centrarse en los incendios forestales que azotaron Los Ángeles.
El presentador Conan O’Brien inició la ceremonia con un mensaje sobre la tragedia ambiental, elogiando a los técnicos y artesanos del cine. A diferencia de ediciones pasadas, en las que discursos encendidos dominaban la narrativa de la noche, en esta ocasión los comentarios políticos fueron escasos. Daryl Hannah mencionó brevemente a Ucrania, mientras que O’Brien hizo una referencia e irónica a Vladimir Putin. El ganador del premio a mejor actor, Adrien Brody, pronunció un mensaje vago sobre la inclusión y la necesidad de no dejar que el odio se propague, pero sin aludir a ningún conflicto específico.
El contraste es evidente si se considera que las propias películas nominadas abordaban temáticas políticas. A Real Pain y The Brutalist trataron el Holocausto y las experiencias de los inmigrantes, mientras que Emilia Pérez giró en torno a la transición de una mujer trans. Además, The Apprentice retrató la vida de un joven Trump. No Other Land, documental sobre la destrucción de la comunidad palestina en Masafer Yatta, se llevó el premio a mejor documental, pero su distribución en EE.UU. sigue en entredicho.
El cambio de actitud de Hollywood también se refleja en la reacción de los espectadores. En los últimos años, la industria cinematográfica ha visto cómo sus posturas progresistas generaban polarización entre el público. La percepción de que las premiaciones se convertían en foros políticos ha contribuido al descenso en la audiencia televisiva, obligando a los organizadores a replantear su enfoque. En este sentido, la decisión de evitar un tono abiertamente político podría interpretarse como un intento de reconectar con un sector del público desencantado.
Cabe destacar que este aparente apaciguamiento no significa que Hollywood haya abandonado del todo su agenda política. En años recientes, figuras prominentes de la industria han respaldado iniciativas progresistas en distintos frentes. Sin embargo, el fracaso electoral de 2024 ha dejado una lección clara: el respaldo a candidatos y causas no garantiza la simpatía del electorado. En un país profundamente dividido, la asociación entre el mundo del entretenimiento y el progresismo político podría estar perdiendo eficacia.
Otro factor que podría haber influido en este cambio de tono es la creciente percepción de que el cine de Hollywood está perdiendo su relevancia cultural en favor de otras formas de entretenimiento, como las plataformas de streaming y las redes sociales. En este nuevo panorama, las premiaciones tradicionales tienen que competir con un ecosistema mediático donde la atención del espectador es fragmentada y efímera. Un discurso político demasiado marcado podría resultar contraproducente en términos de audiencia y recepción.
En definitiva, los Oscar de 2025 evidenciaron un repliegue del activismo político de Hollywood en un momento en el que su discurso progresista parece haber perdido el favor del público. El resultado es una ceremonia en la que se optó por el silencio sobre Trump y otros temas espinosos, sugiriendo un cambio de estrategia en la industria tras el fracaso electoral de su corriente ideológica. La pregunta que queda en el aire es si esta moderación será una tendencia pasajera o marcará un giro definitivo en la relación entre Hollywood y la política.
por R.N.