Dónde estaba el segundo cementerio de la ciudad?: una historia que arranca en 1810 y está llena de leyendas e interrogantes

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Ana C. Berdicever

Es temprano, hace calor y un grupo de arqueólogos trabaja en el lugar. Primero charlan, uno empieza a medir con el nivel y un gran trípode. Luego, se dividen tareas y algunos van a la barranca a excavar. Esto sucede en Corrientes y el río, en el centro de la ciudad.

¿Qué hacen? ¿Quiénes son? ¿Por qué están ahí?

El Ciudadano dialogó con el antropólogo Gustavo Fernetti, que encabeza la investigación y cuenta que en ese espacio hubo un cementerio. Fue cuando esa zona era aún rural. Se construyó en 1810, pero en 1856 se trasladaron los restos al cementerio El Salvador.

Foto: Franco Trovato Fuoco

Hoy, en el mismo lugar, están el Distrito Municipal Centro y la Isla de los Inventos, uno de los espacios lúdicos recreativos que integra el Tríptico de la Infancia. Es el espacio de la otrora estación ferroviaria Rosario Central, que hace 214 años fue un cementerio, que se estima el segundo de la ciudad.

En 1863, los terrenos pasaron a ser propiedad pública y entre 1868 y 1870 se construyó la primera y más importante estación del ferrocarril Central Argentino. El cementerio quedó debajo de la entonces playa de embarque.  La estación funcionó hasta 1977. Mediaron muchos años de abandono tras los cuales se puso manos a la obra con una restauración para alojar el complejo infantil municipal.

Tres Quintas del Ñato

El primer cementerio de Rosario estaba cerca de la Catedral. Cuando se realizaron los trabajos de excavación para construir lo que ahora es el Pasaje Juramento, se hallaron restos óseos de las primeras sepulturas, en el los orígenes de la después ciudad. Porque en ese entonces, los entierros se hacían dentro mismo de la capilla de la plaza 25 de Mayo, hoy la Catedral. El primero comprobado fue en 1731.

Fernetti explica que en 1806 se obligó a la Iglesia a disponer un osario externo, para desalojar los cuerpos del interior. Todo indica que lo que se encontró en 1999 fueron los entierros a partir de ese cambio de ubicación.

Rosario sin fecha de fundación ni fundador, tuvo una primera manzana: ¿Dónde estaba y quiénes vivían?

“Las prácticas de los cementerios dentro de las iglesias estaban saturadas por su construcción y porque los cadáveres desprenden líquidos, olores y gases. Entonces, el obispo de Buenos Aires ordenó en 1810 armar un cementerio” fuera del edificio, explica el historiador y arqueólogo rosarino.

El conocido como el tercer cementerio es El Salvador, construido en 1856. Allí trasladaron algunos de los restos que estaban en el segundo, que ahora se está excavando. No fueron todos: es posible que algunos cuerpos hayan caído por la barranca hasta el Paraná.

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“Este dato ha quedado reflejado en algunos planos, y no existe una descripción exacta. Tampoco sabemos del todo bien por qué se eligió el lugar”, repasa el propio Fernetti en una publicación de la revista El Vecino (elvecinoderosario.com.ar).

En esa nota, el arqueólogo menciona que el primer plano está firmado por Raimundo Pratt y es de 1850. Allí se ubica el predio, en una manzana hoy inexistente puesto que quedó subsumida en terrenos ferroviarios. La manzana en cuestión estaba ubicada entre Corrientes, Paraguay y, aproximadamente, la mitad de cuadra entre Jujuy y Brown hasta el río.

El segundo plano es el de Nicolás Grondona, de 1858, cuando el cementerio ya estaba abandonado. Ese es menos preciso, porque apunta a una planificación urbana con una impronta más política que técnica.

Los inicios de la ciudad: los primeros planos y el conflicto de las lonjas

Ese segundo cementerio era un pequeño cuadrado. Para Gustavo, el plano de Pratt luce más exacto, ya que fue hecho por propósitos de deslinde parcelario (por un juicio de tierras) y porque coincide con otros documentos escritos. En efecto, en un  informe de 1855 dirigido por el Jefe Político a sus superiores santafesinos se lee:

“…su ubicación demasiado central es completamente perjudicial a la salud pública. Además de esto, las avenidas del Río Paraná han desmoronado una parte considerable de la barranca de donde resulta que ha quedado sumamente reducido, y muchas veces quedan cadáveres insepultos…”

El plano de Raimundo Pratt dibuja al cementerio pegado a la barranca, a diferencia del de Nicolás Grondona.

Las pequeñas dimensiones del cementerio tienen explicación: en 1830, la población de la hoy ciudad no superaba los 2000 habitantes y a una tasa normal de fallecimientos, se puede calcular que morían apenas 3 ó 4 personas al año. Salvo en momentos de las guerras civiles que desangraron al país.

“Pocos muertos para una sociedad aún colonial. A cuatro metros cuadrados por fallecido y poco más de 2000 metros cuadrados de terreno, la cuenta es fácil: el cementerio daba cabida máxima a unos 500 muertos, un siglo de aguante. Pero en pocos años, la población se triplicó y también los muertos. Un cementerio que se pensaba duraría muchos años, en diez se colmó y los huesos estaban a flor de tierra”, describe Fernetti en El Vecino el colapso y necesidad de traslado.

Cuando se construyó la Estación Rosario Central se hicieron una serie de movimientos de tierra y entonces salieron a la luz algunos elementos de interés para estudiar esas transformaciones en la zona.

Arqueológica urbana: de los muertos, a los trenes y los chicos

La investigación del segundo cementerio la lleva adelante un equipo conformado, además de Fernetti, por Mariana Algrain, Daniela Azar, Fernanda Bruzzoni, Malvina Cardinali, Aníbal Piaserico, Martín Prat, Victoria Reynoso y Soccorso Volpe.

Es un colectivo independiente, integrado por docentes y estudiantes, que institucionalmente responde al Centro de Estudios en Arqueología Histórica (CEAH-UNR).

No buscan encontrar huesos, algo poco probable, sino comprender las transformaciones urbanas.

“Tenemos la sospecha de que el cementerio está donde nosotros estamos parados y en esa época el nivel del suelo estaba sobre nuestras cabezas”, explica para sorpresa el antropólogo. Es que, hace historia, “hubo mucho movimiento de tierra, muchos zanjeo y transformaciones de la barranca”.

¿Qué es lo que pretenden? “Estamos haciendo excavaciones en la barranca no para encontrar los muertos, sino para encontrar el suelo natural”, insiste Fernetti. Y agrega: “El paisaje se transformó totalmente y es un poco ese el desafío de este de este trabajo, pasó de ser un terreno sagrado a una estación ferroviaria y ahora un lugar para los chicos”.

“La historia merece ser por lo menos compilada y  armada para relatar  la historia del lugar, la historia de la ciudad”, sostiene.

Mitos, leyendas y memoria

«Nos interesa también el tema de las memorias: hay muchos vecinos que relatan, reconstruyen y transmiten sus historias que pasan a ser mitos o leyendas y que perduran», relata Fernetti.

En 1890 circulaba una leyenda popular según la cual algunos habían visto a un cerdo corriendo por  calle de Corrientes. Como un fantasma que se metía en el paredón de lo que fue el cementerio (que había dejado de serlo desde su traslado en 1856). “Era un chancho que emitía fuego por sus ojos, hay una nota periodística que señalaba que había gente que había salido a cazarlo, pero nunca fue hallado”, recordó el antropólogo la narración popular.

Otro detalle, que sobrevivió a los años y está, aunque en otro lugar, a la vista de cualquier transeúnte: en el cementerio había un paredón que rezaba “Paz, Paz, Paz”. El texto estaba en una esquina por calle Corrientes, donde está en la actualidad el eucalipto gigante. Ese paredón se demolió  y el texto y la Virgen fueron trasladados donde se puede ver hoy en día en la esquina de Presidente Roca y avenida Wheelwright. “Ha perdurado cierta memoria religiosa a lo largo del tiempo y el culto fue trasladado, no se sabe por qué ni por quién a esa esquina.

Creer o reventar: en el predio donde hoy está la Isla de los Inventos han señalado personas que trabajan en el lugar la presencia de lo que creen podrían ser espíritus.

“Aparecen fantasmas, la gente tiene memoria, hay grafittis con la palabra «resucitar» frente a lo que fue el cementerio. No es sólo un lugar de muertos, sino la imagen de un cementerio. Nuestro trabajo es armar ese rompecabezas y ponerle coherencia”, insistió el especialista sobre lo que mueve al equipo.

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